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MERCADOS: 25 años de la burbuja «punto com»

22 de marzo de 2025

El 30 de enero del año 2000 el descanso televisivo de la final de la liga de fútbol americano (Super Bowl) emitió en Estados Unidos 17 anuncios de compañías cuyo nombre acababa en «.com». La mera presencia de este sufijo servía para que se apostara por cualquier proyecto que lo incluyera en su denominación. Los especuladores sustituyeron a los inversores, y pronto se formó una burbuja que no tardó en explotar. Hace ahora 25 años, el 24 de marzo de 2000, el S&P500 tocó techo antes de caer un 50%. En los 5 años anteriores acumulaba una subida del 242%.

A finales del siglo XX los mercados occidentales habían experimentado fuertes revalorizaciones animados por la aparición de nuevos proyectos que desarrollaban comercio a través de internet (origen de la terminología «.com»). Se hablaba de una «nueva economía» que era financiada por una gran disponibilidad de capital riesgo y alentada por el enorme apetito de la especulación individual. Todo ello estaba basado única y exclusivamente en «expectativas»: la esperanza de que el crecimiento y el éxito de estas compañías se recompensara posteriormente con subidas en sus cotizaciones. Así fue en el inicio. Mientras, los beneficios de estas empresas, incluso sus ingresos, no parecían relevantes, sino que se vuelven secundarios y quedarán fuera de cualquier análisis objetivo…

El precio de las acciones sube velozmente, pero cuando las expectativas creadas no se cumplen y aparecen las primeras dudas, los capitales se retiran tan rápidamente como llegaron, lo que provoca fuertes caídas. La mayor parte de las compañías de esta «nueva economía» quiebran, se fusionan, o se ven obligadas a afrontar enormes ajustes de plantilla para redefinirse. En España, Telefónica llega a valer más de 100.000 millones de euros, y Terra, su filial, 38.000 millones. Hoy sólo cotiza la matriz, y vale 22.000 millones. En Estados Unidos, la destrucción de valor superó los 5 billones de dólares y su índice tecnológico Nasdaq estará bajando durante los dos años y medio siguientes, hasta devaluarse un 77%. En medio de esta convulsión, se destaparon fraudes financieros a gran escala (Enron), y caen empresas como Lycos o Nestcape, incluso desaparecen compañías históricas como Arthur Andersen.

El modelo era hacerse grande rápidamente cotizando cuanto antes en Bolsa y acudiendo al capital riesgo. La novedad que suponía este tipo de compañías hacía casi imposible valorarlas con objetividad pues el negocio era una expectativa de comercio a concretarse en el futuro y, en el corto plazo, aún no había ni beneficios ni ingresos. La única cuantificación posible era su valoración en Bolsa. No era una inversión racional, era un ejercicio desenfrenado de especulación empujado por la euforia y el entusiasmo: en la parte final de la burbuja 10 valores concentraban el 50% del crecimiento del S&P500. Cuando el incremento de los tipos de interés encareció la financiación de estos proyectos, la euforia dio paso a la recogida de beneficios y, detrás, sólo quedó espacio para las pérdidas. Fue una gran burbuja creada por oportunistas que consiguieron llevarse enormes beneficios a costa de la ambición de muchos ahorradores. Otra muestra más de lo imprescindible que resulta contar con el análisis financiero de un asesoramiento profesional.

Alejandra Blanco González